miércoles, 31 de agosto de 2011

Mis ojos. La mano que sabiamente me guía en mis ansiadas fantasías

En ese momento decidí darte algo para recordar.

No habías sido aceptado en el juego. Demasiada prisa por ir al grano y no era ese el momento. Era el momento del juego, del morbo y el compartir.

A pesar de ello sentía tu mirada recorriendo y acariciando mi cuerpo como no podían hacerlo tus manos, clavada en mí, en mis gestos, en mis movimientos, en mis gemidos. Mi mirada también se desviaba hacia ti para comprobar que seguías ahí, en el rincón, sin perder detalle de cada centímetro de mi piel.

El grupo se había separado y por el rabillo del ojo comprobé que te dirigías hacia la puerta y ese fue el momento en que lo decidí.

Te miré fijamente, buscaba tu mirada. Cuando las dos se encontraron saltaron chispas. Tu mirada de deseo elevado al séptimo cielo, la mía de pura y dura provocación. Te paraste justo en el umbral de la puerta. No me mirabas, me devorabas.

Muy lentamente me bajé de la mesa. La toalla se deslizo por mi cuerpo hasta el suelo. Solo los zapatos negros de tacón rompían la monotonía de mi piel.

Me acerqué a mi pareja y sin separar mis ojos de los tuyos junté mi cuerpo al suyo. Poco a poco, muy despacio, fui bajando. Mis manos recorrían su cuerpo, los hombros, el pecho, los muslos… hasta quedar en cuclillas. Las piernas muy abiertas, la espalda erguida y mi mirada fija, como un cepo que no suelta a su presa, en la tuya.

Empecé a acariciar el sexo de mi pareja, suavemente con mimo. De mis manos pasé a utilizar mi boca y mi lengua. Cada uno de mis movimientos estaba pensado y destinado a ti.

En ningún momento nuestras miradas se desviaron. Ambas disfrutaban del momento. 

Alguien tiró de ti hacia la salida. Centraste tu mirada en mis ojos y  me sonreíste. Yo también te sonreí aunque para ello tuve que soltar el caramelo que tenía en mi boca. En ese momento saliste.

Yo volví a sonreír, por dentro y por fuera y me levante. Cogí a mi pareja de la mano y nos dirigimos a buscar nuevos juegos.

Cuando te volví a ver, en la barra, volvías a tener la mirada fija en cada uno de mis movimientos. Al pasar por tu lado, disimuladamente pasé mi mano por tu espalda. Esa fue nuestra despedida y algo que estoy segura recordarás durante algún tiempo.

Ñan

Tú estás ahí enfrente
dorado y crujiente.
Una fugaz idea cruza mi mente
de un solo golpe (ñan) comerte.

Poco a poco te quito la vestidura
y al descubierto me deja
una visión que ¡Qué hermosura!

Mi mano se acerca sigilosa
y te sujeta todo golosa.
Estás suave y blandito
me lanzo hacia ti pegando un grito.

Me contengo algo dudosa
¿será pecado esta maravillosa cosa?

Mi lengua algo viciosa
a ti se acerca pudorosa
y sin contemplación limitada
te lanza una lametada.

Estás dulce y jugosito
¡Qué delicia! Es mi osito.

Tú sigues ahí impasible
esperas mi decisión
aunque pienses, si es posible
en una rápida definición.

Con un paso hacia ti me acerco
¿y si luego me arrepiento?
con que gusto te daría un tiento.

Ante tanta indecisión
tu empiezas a deshacerte
¡Qué sofoco! ¡Qué represión!
algo habrá que hacerte.

Y otra vez a la carga me lanzo
esta vez seguro que te alcanzo

Con evidente glotonería
y sin siguiera usar marrullería,
en mi boca te meto enterito
a disfrutar de este mi favorito.

La sensación que ese momento
y durante un segundo siento
es como un fuego que me abrasa
que me inunda
que me quema
que me lleva

Tu ser se resbala jugoso
por mi garganta sedienta
mientras mi cuerpo azorado
espera a su éxtasis dar rienda suelta

¡Qué delicia!¡Qué placer!
Sin bombones no sé que hacer
de licor o rellenitos
por desgracia dan algunos kilitos.

lunes, 29 de agosto de 2011

A la tercera fue la vencida.


Me gusta mirar tu cuerpo desnudo sobre la arena, bronceado por el sol y con pequeñas gotas de mar y de sudor recorriéndolo. Me gusta seguir con mi vista cada centímetro de tu piel mientras mi cabeza idea mil formas de disfrutar de ese momento.

Me acerco aún un poco más a ti y te soplo suavemente en la frente. Quiero ver tus ojos. Suavemente pongo mi mano en tu cuello y como si de una brisa de viento se tratara acaricio tu espalda. Muy suave, como si estuviera dibujando sobre ella con una pluma. Me miras y me sonríes. Acerco mi cara a tu cuello y lo beso, no puedo evitar estremecerme ligeramente, me estoy excitando y tu también. Mis manos siguen en tu espalda y bajan poco a poco.

Te das la vuelta, y me abrazas, acercando tu boca a la mía y se unen en un beso que empieza inocente pero que poco a poco se hace intenso y caliente.

Tus manos mientras acarician mis hombros y, bajan por mi espalda hasta el bikini. Tu boca no se separa de la mía. Torpemente, como siempre, has conseguido desabrocharme y quitarme el bikini. No me da ni tiempo a desear tus manos en mis tetas cuando ya están sobre ellas, suavemente, acariciándolas…

Separo mi boca de la tuya y te miro a los ojos, has leído mis pensamientos, empieza el juego sin tregua, dejando que nuestra pasión rezume por todos los poros de nuestra piel.

Ahora soy yo la que acerco mi boca a la tuya, quiero comértela, mi lengua busca la tuya y la provoca. Tus manos no han soltado mis pechos pero has cambiado la forma de tocarlos, ahora empiezas a hacerlo como sabes que me gusta, con fuerza y firmeza..

Me pellizcas los pezones y no puedo reprimir un gemido de placer, me gusta que los presiones entre tus dedos.

Bajas tu boca hasta mi pecho y empiezas a jugar, tu lengua lo recorre entero, y poco a poco se va centrando en mi pezón, lo muerdes mientras tu otra mano juega con el otro. Empiezo a sentir como una corriente recorre mi cuerpo hasta mi sexo, siento como este empieza a palpitar y a humedecerse. Meto mi mano dentro de la braguita, quiero tocarme, está muy mojado y caliente…

Me llamas niña mala y me dices que eso no se hace, que tu me vas a enseñar como es. Me empujas suavemente hasta que quedo tumbada boca arriba, acercas tu boca a mi escote y vas bajando tu lengua por mi cuerpo, pasas por el ombligo y llegas a la braguita, .jugueteas por el borde, primero alrededor de mi cintura, luego en las ingles y me abres bien las piernas y sin quitarme las braguitas, ya sabes lo que me gusta, mordisqueas mi clítoris. Te pido que pares, me las quito y te pido que continúes. Tu lengua juega entrando y saliendo de mí, me gusta que me folles así, bueno, me gusta que me folles de todas maneras posibles. Tu lengua busca mi clítoris, lamiéndolo entero, de arriba abajo, en círculos, más fuerte, mas lento. Ahora son tus dedos los que me follan y yo la que me acaricio los pezones…

Un calor inmenso recorre mi cuerpo, siento una descarga eléctrica en mi sexo y sin poder, y sin querer evitarlo, me corro. Cuando terminan los espasmos de mi vagina, cojo tu cabeza, que continua entre mis piernas, y la levanto. La tienes toda brillante con mis fluidos. La acerco a mi cara y la beso, quiero saber a que sé en ti…

Quiero sentirte dentro de mí, quiero sentir tu polla dentro de mí. Te quito el bañador. Está dura, colorada, a punto de reventar, como a mí me gusta.

Jugueteo con el lóbulo de tu oreja, mordiéndolo, besándolo. Bajo por tu cuello, tus hombros, llego a tus pezones, ya sé que no te gusta demasiado pero juego con ellos mordiéndolos ligeramente, das un pequeño respingo con un quejido. Bajo hasta tu ombligo, mi lengua lo recorre. Te da la risa. Te he dejado todo el pecho mojado de mi saliva. Bajo hasta donde empieza tu pubis, mis dedos y mi lengua se entretienen en enredarse en tu pelo. Noto como tu corazón se acelera y acerco mi boca a tu polla y muy suavemente y, solo en la punta, empiezo a lamerla. Lametadas pequeñas pero muy húmedas. Me la meto entera en la boca y empiezo a mover mi boca arriba abajo, apretando un poco, solo lo justo, haciendo que su piel se deslice lubricada por mi saliva, mientas mis manos exploran tu entrepierna, acarician los huevos con firmeza, mi boca y mi lengua no paran. Una de mis manos se dedica a tus huevos y la otra coge tu polla y empieza a masturbarla mientras sigue en mi boca. Siento como se calienta e hincha más, pero todavía no quiero que te corras, no así…

Me siento encima de ti, es muy fácil que entres dentro de mí, sigo muy mojada. Te siento muy dentro, empiezo a cabalgar sobre ti, mis tetas se mueven arriba y abajo al compás de mis movimientos. Tus manos en mis caderas, en mis tetas, en mi cara. Sin  sacarla me inclino sobre ti y te beso en la boca, tus manos buscan mi culo y lo aprietan…

Quiero que me folles como más me gusta, a cuatro patas. Me coloco y siento como entras en mí. Me gusta que me pegues buenos empujones, tus manos en mi culo, de vez en cuando me das un cachete. Tus huevos me golpean en cada embestida, cada vez más fuerte. Te llamo mala bestia y me río. Me gusta. Me quito y  te sorprendes. Quiero que te corras en mi boca, te vuelves a sorprender, es la primera vez pero te pone la idea. Te tumbas y yo me coloco entre tus piernas. Libidinosamente mojo mis manos con saliva y glotonamente me meto tu polla en la boca, entera, hasta dentro y empiezo a masturbarla fuertemente, no aguantas mucho. Y explotas.

Cuando terminas me miras y te ríes. Yo también me río, tengo toda la cara manchada, parte me ha salpicado el cuello y las tetas.

Me acercas a ti y buscas un lugar no demasiado pringado para darme un beso.

-         - Es muy posible que hoy lleguemos a 7.
-         - Me ofrezco voluntaria para intentarlo.

Un hola, un adiós y un reto. Gané.

Otra vez más se sentía como si una manada de búfalos salvajes en época de celo hubieran decidido instalarse dentro de sus pantalones.

Una vez más, como cada vez que la sentía sin ni siguiera haber oído su pasos. Como cada vez que olía su perfume, ese perfume que jamás le gustó pero que en ella era como la brisa marina.

Como cada vez que ella apoyaba su mano en su hombro y se inclinaba hacia él para darle un beso de buenos días. Como cada vez que le sonreía solo por sonreirle.

Como cada vez que ella le llamaba porque necesitaba charlar con su amigo y llorar o reír hasta más allá de abierto hasta el amanecer. Como cada vez que ella le pillaba mirando como se marchaba por el pasillo con ese movimiento de caderas tan suyo y le recompensaba con esa sonrisa picarona de “eres un niño malo”.

Como cada vez que sin querer, o queriendo, el pelo de ella le hacía cosquillas en la cara. Como cada vez que él se perdía en la blanca piel del inicio de sus pechos que casualmente siempre dejaba a la vista detrás de ese rebelde botón. Como cada vez que ella para sorprenderle le soplaba en la nuca mientras él estaba de espaldas.

Como cada vez que el cuerpo de ella rozaba el suyo casi casi tan etéreamente que no sabía si había sucedido realmente. Como cada vez que, a solas o no a solas, la soñaba en su mente, en sus brazos, en sus besos, en su cuerpo.

Como cada vez que imaginaba mil maneras de decírselo y borraba y escribía en su cabeza frases sin sentido aparente pero tan profundas como el mar abismal.

Otra vez más se sentía como si una manada de búfalos salvajes en época de celo hubieran decidido instalarse dentro de sus pantalones mientras ella se acercaba con esa sonrisa y esa mirada tan mágica.

Cuando estuvo a su lado le rodeo el cuello con los brazos y su cuerpo se pego al de él. Ese cuerpo que tanto había deseado, que tanto deseaba. Sintió como el calor de ese cuerpo inundaba el suyo poseyéndolo. Sintió como el calor que emanaba era capaz de fundir el tiempo. Ella clavó sus ojos en él y sus labios le buscaron en el principio sin fin de un beso. Esos labios que tanto había deseado, que tanto deseaba. Y sus cuerpos se enredaron en el juego.

Cuánto había anhelado sentir ese cuerpo tan pegado a él que una brisa de aire no pudiera pasar entre ellos, cómo había anhelado sentir esos labios y ese cálido aliento en su boca. Esa lengua explorando y jugando con la suya. Esas manos acariciando su nuca. Ese fuego haciéndole suyo, haciéndole subir al cielo y bajar al infierno en un mismo instante. Cómo había anhelado sentir la fuerza del latido del corazón de ella a través de sus cuerpos. Cómo había anhelado sentir que el suyo por fin latía por algo que no solo era un sueño.

Sentía que su corazón iba salirse de su pecho, no era un espejismo lo que tenía entre sus brazos, era de verdad, por fin era de verdad. E iba a empezar a sentir lo que siempre había anhelado sentir.

De repente dejó de sentir. Ya no sentía ese cuerpo enredándose en el suyo, ya no sentía esos labios y esa lengua abrirse paso entre los suyos, ya no sentía como una manada de búfalos del Serengueti habitaban la entrepierna de sus pantalones, ya no sentía el latido acelerado del corazón de ella... ya no sentía el acelerado latido de su propio corazón...

Otra vez

Acabo de despedirte en la puerta y me he vuelto a la cama, todavía está revuelta y caliente. Me he tumbado desnuda boca abajo, agarrando con fuerza la almohada que hace unos minutos ha sido espectadora muda de los caminos que hemos recorrido hoy sobre mi cama. He dejado que el olor a tu cuerpo excitado y sudoroso vuelva a impregnar mi cuerpo desnudo. He alargado la mano y tu no estabas. Las sábanas empiezan a estar frías... Se evaporan los recuerdos de tus manos en mi cuerpo igual que mis lágrimas. Sé que no ha sido un sueño porque tengo todo mi ser dolorido por las horas, reducidas a minutos, en las que  nuestros cuerpos se han amado como dos animales salvajes que se necesitan el uno al otro más que respirar. He soñado cada minuto anterior a nuestro encuentro, preparando e imaginando cada segundo que pasaríamos juntos y ahora otra vez, como cada vez que te vas, solo me queda el sueño del recuerdo. Tengo frío. Después de sentir tu cuerpo tan ardiente haciendo del mío leña de su hoguera, cualquier fuego no es más que una chispa mínimamente incandescente. Me tapo con la sábana, su contacto me hace sentir un escalofrío que empieza en la punta de mis pies y pasa por todo mi cuerpo hasta mi cabeza. Me recuerda los escalofríos que tus manos me hacen sentir cuando me acarician, cuando me tocan, cuando tus labios me besan, cuando te siento dentro de mi. Me duele recordar pero lo necesito, necesito retener y recordar cada segundo que puedo pasar contigo porque es lo único que puede mantener mi alma viva. Todavía siento en mi boca tu sabor, el beso ya casi furtivo en el umbral del adiós. Ese beso que dice tanto y no dice nada a la vez. Ese beso que no puede mentir pero tampoco decir la verdad. 

La ventana entreabierta deja entrar tímidamente los rayos de la luna que se posan sobre mí y con guante de seda me consuela el corazón y seca mis lágrimas hasta que agotada de amor, sexo y recuerdo me quedo dormida.

Un juego al que no me atreví a jugar

Se acaba de ir y me he quedado como todos los días durante el último año, vacía. Durante estas horas he estado tan llena de él. Mi mente y mi cuerpo ha sido suyo y mi alma, la suya. Sus primeras ordenes, el primer día,  fueron “No te enamores de mi y si lo haces que sepas que en ningún caso te voy a corresponder”. Espero cada día su llamada, a veces llega y otras no, pero yo le espero para ser suya, suya en el amplio concepto de la palabra. No hace falta que esté cerca de mi, sentir sus manos o su aliento en mi nuca para sentirme suya, soy suya en cuerpo y alma, soy suya porque es mi amo, al que amo y obedezco por encima de todos y de todo. Al que haré realidad cualquier deseo, cualquier pensamiento, cualquier orden. Incluso cuando me ordenó, él nunca pregunta, él nunca propone, ser usada por otro hombre bajo su atenta mirada. Me entregué totalmente sabiendo que, o quizás no, valoraba mi entrega como marca de mi sumisión. Me sentí triste pero en esa tristeza había una alegría de ver como mi amo se enorgullecía de mí. Le gusta dominar mi mente, sutilmente. Lo ha hecho lentamente, poco ha poco ha doblegado mi voluntad a la suya. El juego de un rato se ha convertido en mi vida. Me siento viva cuando me usa, cuando le veo disfrutar de mi cuerpo, cuando disfruta de sentir su poder sobre mí. Me siento viva cuando me castiga, a veces quizás demasiado duramente, por no haber obedecido, aunque sea mínimamente, alguna de sus órdenes. Él es mi vida.

A pesar de todos y todo, siempre en mi pensamiento y en mi corazón.

Hay un momento en el que tengo que hacer verdaderos esfuerzos para que mis deseos y pensamientos no pasen de mi cabeza a mis manos y de estas a su cuerpo. Cuando acaba de salir de la ducha su cuerpo brilla por miles de pequeñas gotas de agua que se adhieren a su piel. Mis ojos no pueden dejar de mirarle. Me muero por pasar mi boca por esa gota impúdica que se desliza hasta su entrepierna, por recoger en mi boca las que recorren su espalda, por beberme a besos las que se quedan en sus labios, por acariciar su pelo mojado, por pegar mi pecho al suyo y quedarme con la mitad del agua que le recorre. Por jugar con esa gota revoltosa que se empeña en hacer equilibrios en la punta de su nariz. Por dejar que seque sus manos en mi pelo, en mi espalda, por hacer que el calor que de mi cuerpo se desprende evapore el agua que queda en el suyo. Por mojarme en él, y él en mí y luego volver a empezar.