Hay un momento en el que tengo que hacer verdaderos esfuerzos para que mis deseos y pensamientos no pasen de mi cabeza a mis manos y de estas a su cuerpo. Cuando acaba de salir de la ducha su cuerpo brilla por miles de pequeñas gotas de agua que se adhieren a su piel. Mis ojos no pueden dejar de mirarle. Me muero por pasar mi boca por esa gota impúdica que se desliza hasta su entrepierna, por recoger en mi boca las que recorren su espalda, por beberme a besos las que se quedan en sus labios, por acariciar su pelo mojado, por pegar mi pecho al suyo y quedarme con la mitad del agua que le recorre. Por jugar con esa gota revoltosa que se empeña en hacer equilibrios en la punta de su nariz. Por dejar que seque sus manos en mi pelo, en mi espalda, por hacer que el calor que de mi cuerpo se desprende evapore el agua que queda en el suyo. Por mojarme en él, y él en mí y luego volver a empezar.
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