lunes, 29 de agosto de 2011

Un juego al que no me atreví a jugar

Se acaba de ir y me he quedado como todos los días durante el último año, vacía. Durante estas horas he estado tan llena de él. Mi mente y mi cuerpo ha sido suyo y mi alma, la suya. Sus primeras ordenes, el primer día,  fueron “No te enamores de mi y si lo haces que sepas que en ningún caso te voy a corresponder”. Espero cada día su llamada, a veces llega y otras no, pero yo le espero para ser suya, suya en el amplio concepto de la palabra. No hace falta que esté cerca de mi, sentir sus manos o su aliento en mi nuca para sentirme suya, soy suya en cuerpo y alma, soy suya porque es mi amo, al que amo y obedezco por encima de todos y de todo. Al que haré realidad cualquier deseo, cualquier pensamiento, cualquier orden. Incluso cuando me ordenó, él nunca pregunta, él nunca propone, ser usada por otro hombre bajo su atenta mirada. Me entregué totalmente sabiendo que, o quizás no, valoraba mi entrega como marca de mi sumisión. Me sentí triste pero en esa tristeza había una alegría de ver como mi amo se enorgullecía de mí. Le gusta dominar mi mente, sutilmente. Lo ha hecho lentamente, poco ha poco ha doblegado mi voluntad a la suya. El juego de un rato se ha convertido en mi vida. Me siento viva cuando me usa, cuando le veo disfrutar de mi cuerpo, cuando disfruta de sentir su poder sobre mí. Me siento viva cuando me castiga, a veces quizás demasiado duramente, por no haber obedecido, aunque sea mínimamente, alguna de sus órdenes. Él es mi vida.

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